lunes, 20 de octubre de 2014

En Alemania está mi casa, pero no mi hogar

Querido diario. Te he vuelto a fallar de nuevo. Supongo que es me de un tiempo a esta tarde me ha dado vergüenza contar mis cosas.

Me gusta la vida en Alemania, pero no es mi hogar. Hay muchas cosas que quiero hacer que no están aquí. Por una parte traje a Rubén conmigo a regañadientes. El me ama y me acompañaría al final del mundo. Pero esta no es su casa. Aquí le cuesta hacer amigos, sus relaciones son más bien entre socios. Inconscientemente tiene miedo de crear lazos fuertes con la gente, porque sabe que en algún momento volverá a España, aunque no se parece en nada al país en el que quiere vivir.

A mi me pasa algo parecido, aunque Alemania si que es un poco mi hogar. Al menos fue el hogar de mi familia materna hasta 1943, aunque en la actualidad no tengo parientes aquí. Me adapto fácilmente a cualquier lugar en el que haya unas mínimas comodidades y los seis últimos meses he tenido un estilo de vida prácticamente de hotel debido a mi trabajo, y las obligaciones que tengo para con la empresa de la que soy propietaria en España. Podría administrarla desde aquí, o dejar más cosas aún en manos del administrador, pero ya tiene demasiado poder.

 Ahora mismo nueve familias viven del trabajo que algunos de sus miembros desarrollan en la imprenta. Es decir, de los cinco trabajadores originales que había cuando la rescaté la empresa ha crecido hasta los nueve empleados. La mayoría de los empleados tienen a uno o más miembros de su familia en paro, por lo que el único ingreso que reciben en muchos casos es el salario por su trabajo. Me parece justo presentarme al menos una vez cada dos o tres semanas por allí y hacerle una visita al administrador para asegurarme que todo está en orden y no está llevándose el dinero y arruinando el negocio.


En dos semanas si nada se tuerce Rubén presentará la tesis, y salvo que por sorpresa le ofrezcan una plaza permanente en la universidad, cosa que no va a suceder, volveremos a España. Él echa de menos a su familia, y yo también, (a la suya, no a la mía).

Diario, perdóname por ponerme tan ñoña, pero hoy me siento nostálgica y decidir ponerme a escribir después de diez meses sin hacerlo desde una habitación de hotel en Bruselas no me ayuda en absoluto a sentirme sosegada y contar lo que me ha sucedido, sino el como me siento ahora.

Nunca hubiera pensado que iba a decir que echaba de menos España. No me gusta España. Más allá del clima y algunos inventos gastronómicas España no tiene absolutamente nada que merezca la pena para una española viajera y coleccionista de experiencias. Simplemente al ser mi país me parece poco interesante. La gente y las noticias recientes tampoco ayudan a que me guste más España. Recientemente un sueco me dijo que comprendía que hubiera huido de España. Evidentemente tuve que sacar del error al sueco. Ni soy una fugitiva ni una exiliada. Para un políglota ansioso de experiencias cualquier país en el que domines el idioma es un buen lugar. Al final cuando puedes elegir un país indistintamente a otro el factor determinante cambia en función a las preferencias. Al final que factor es el que te hace elegir un país u otro teniendo posibilidad real de elegir es distinto para cada uno. Algunos se deciden por viajar al país en el que el acento les resulta más fácil de entender, o en el que la gastronomía es más acorde a su preferencia, o donde ve mejores perspectivas económicas. En mi caso me dejé guiar por la nostalgia (y por seguir a un noviete que tenia entonces).

Cuando tenía ventidos años pasé un año sabático en Lausana. Estaba perdidamente enamorada de un imbécil del que pasé nueve meses completamente colgada por él hasta que desperté y me di cuenta de la realidad. Después pasé dos meses en Zurich compartiendo piso con estudiantes, todo con intención de estar más cerca de Hans, mi mejor amigo y antoguo compañero del internado de Friburgo. La  muy ingenua de la Sara del pasado pensaba que podría haber una relación romántica entre los dos. Finalmente decidí que era momento de volar a otro lugar y pasé un mes en Colonia. Ahí me enamoré perdidamente otra vez de un chico aún más imbécil que el que había conocido en Lausana. (Y aún más imbécil que el que me había roto el corazón y detestar mi vida hasta le punto de dejarlo todo e irme fuera con la intención de no volver, que fue lo que en primer lugar me llevó a Lausana.

Estos tres desengaños en trece meses me hicieron madurar, aunque no tanto, hubo otro desengaño posterior, pero aprendí que los suizos y los alemanes pueden ser tan imbéciles como los españoles, con la salvedad de que son por lo general más cabezones.

Ahora siento que no tengo hogar. Lo más parecido que tengo a una familia es la de Rubén. Me siento querida por ellos a pesar del suceso al que me refiero como "el incidente". Su capacidad para perdonarme me hizo replantearme muchas cosas. Sé que en situación contraria yo nunca les hubiera perdonado a ellos y hubiera hecho lo que estuviera en mi mano por hacerles daño. Afortunadamente ellos son como yo, y creo que les quiero. La semana pasada estuvo de visita la hermana de Rubén y casi la siento como algo mío. No me gusta la palabra cuñada. Eso suena a familia política, que no se escoge, sino viene de paquete con la pareja, pero en este caso es distinto. Es como si hubiera elegido relacionarme con ella, porque de hecho durante una conversación entre mi marido y ella en la que yo ni siquiera participaba fui yo quien la invitó a venir.

Desde luego no sé donde está mi hogar pero lo que tengo claro es que estará con Ruben y a ser posible cerca de su familia.